La utilidad y provecho del vacuno en las
comunidades de la Antigüedad no puede entenderse sin una dedicación
previa a la cría y pastoreo de estos animales. El amplio conocimiento de
que aquellos pueblos hicieron gala quedó plasmado en sus manifestaciones
literarias y artísticas, dibujando un panorama bastante completo y no
muy diferente al actual en muchos lugares de la geografía del
Mediterráneo y del Próximo Oriente. Algunas de sus técnicas han servido
de base para el desarrollo de otras más sofisticadas, que hoy facilitan
las labores pecuarias. La crianza del toro bravo tuvo consecuencias
decisivas en los sustratos socio-económico y político-religioso de los
pueblos de la Antigüedad.
La selección de suelos, pastos y forrajes dio lugar a la configuración de una geografía boyal que ha perdurado con pocas variantes hasta nuestros días. El elevado costo y manutención de estos animales determinó que su posesión estuviese siempre en manos de las clases dirigentes, convirtiéndose en símbolo de riqueza y de rango social. De aquí que sirviera como recompensa o dádiva entre los poderosos, e impuesto, tributo o botín de guerra para los vencidos. En consecuencia, monarcas y dioses lucieron en sus tiaras las astas bovinas, atestiguando su poder económico y su elevado rango ante el pueblo.
Poco a poco, el toro se fue transformando en unidad de referencia y en
moneda no-metálica tanto en el campo teórico como en el práctico: el
patrón toro, que en el s. XVIII a.C. adoptó la forma de lingotes
metálicos de unos 25-30 Kg. de peso. La aparición de la moneda en el s.
VII a.C. en Asia Menor propagó su hermosa efigie como símbolo de
prosperidad y riqueza de los reinos y ciudades emisores. |